He comentado alguna vez el cariño que tengo a Houellebecq, porque Sumisión fue la primera novela que leí, en plena convalecencia, justo después de terminar el borrador de mi primera novela. Descubrirlo fue una sensación extraña, porque además de una cierta afinidad en la canallesca ecléctica y transversal, yo tenía la misma concepción lacónica y parcelaria de la escritura que él. Más allá de la anécdota, esta referencia resulta fundamental, porque el francés tiene unas constantes muy claras que todas sus novelas heredan del canon de la segunda, Las partículas elementales: se sirve siempre de un tono sardónico, burlón, descreído y a ratos explícito para ser el azote del postmodernismo al retratar la decadencia de Occidente, especialmente la Europa Comunitaria... Sigue leyendo
Siendo sincero, no tenía pensado escribir un artículo como este. Lo más, el comentario de una película que se me apetecía interesante, contestataria y montaraz para los tiempos que corren; pero resulta que me encontré con otro engendro insípido y pasteurizado sin muchos más galones que cualquier otra proyección palomitera en la que se esconden las parejas de quinceños solo para darse el lote. Lo peor no es eso (todos hemos sido estafados alguna vez por los charlatanes paniaguados de la cartelera o los rebaños de borricos que adulteran las valoraciones con estrellitas en el Internet); sino que además de ser una obra fallida en sus pretensiones profana el sacrosanto arquetipo del vengador justiciero al colarlo con el tamiz posmo , que a sabiendas o por contaminación ambiental confunde al héroe naturalista e imperfecto con el mamarracho de moral ambigua ungido como tótem de nuestro tiempo... Sigue leyendo