Hace casi setenta años, mi paisano Gonzalo Torrente Ballester empezaba a escribir su magistral Los gozos y las sombras . Aunque la verdadera aportación literaria y originalidad de la obra es otra bien diferente, más bien relacionada con la labor terapéutica del protagonista, la excusa narrativa es el costumbrismo tardorrepublicano o preguerracivilista de un pueblo ficticio en las rías centrales gallegas. Como telón de fondo ineludible y recurrente en la época en la que se ambienta la historia, está el choque entre el viejo y el nuevo régimen, o lo que es lo mismo, los viejos ricos contra los nuevos ricos; una transición traumática e inédita que empezó con Cromwell y la Revolución Francesa, pero no se hizo palpable hasta principios del siglo XX, donde los réditos y las producciones agrarias aristocráticas pierden peso económico frente a la actividad industrial burguesa. En este caso, el cacique que sustituye a las antiguas familias de señoritos tiene por nombre Cayetano, que para más i
Hace poco recordaba con preocupación la anécdota de Santiago Segura en Masterchef, que decidía renombrar el plato que tenía que preparar (un brazo de gitano) para evitar ofender a nadie , a pesar de que el colectivo caló no destaca por su ofendidismo. Y lo cierto es que llevamos seis años huérfanos de José Luis Torrente. Digan lo que digan, me sigue pareciendo un personaje interesantísimo, a pesar de nunca haber sido reivindicado en público más que como un espantajo con el que ganar dinero y hacer reír. Como entidad cultural, sin duda marcada por la encomienda histórica de haber sido el bastión del catolicismo y la contrarreforma, España tiene infinidad de defectos y tres grandes virtudes que las compensan ampliamente: la solidaridad, la humildad y la honestidad. Esta última nos la conceden como propia hasta en latitudes afines y hermanadas como América Latina, de tan profuso que es nuestro idioma en expresiones para deplorar lo artificioso, lo irreal y lo poco auténtico. Por esa razó