Froilán caminaba con decisión por el pasillo aunque todavía se reconocía bastante achispado. Tenía razones para estarlo: la mañana anterior, su madre se levantó empoderada y sin haberse tomado las pastillas antes de acostarse, así que le dio por ir al Registro Civil a inscribirse como Rodolfo. Al funcionario de turno, que llevaba un jersey morado y era de Gran Canaria, se le puso como el faro de Maspalomas y corrió a cabildear con sus superiores afines. Tan rápido trascendió la cosa que esa misma mañana Cándido y su banda resolvieron el gran tema aledaño sin esperar a que el sujeto interesado interpusiese reclamación alguna, mientras se apretaban el segundo desayuno. Antes de mediodía, Irene ya había telefoneado a Rodolfo para anunciarle la buena nueva, pero la beneficiaria (ya medicada y reposada), se agobió y no quiso saber más del tema; apostató en favor de su hijo, que declarándose tan campechano como su abuelo, se hizo investir aquella misma tarde sin boatos ni público. Por su par