No, si al final, tras muchas semanas esquivando las balas, voy a tener que escribir un artículo sobre el largo velatorio en que vivimos tras la muerte del fútbol español. El femenino, sí, pero al masculino lo acecha la parca en cada esquina, no se va a ir de rositas; y lo seguirá pronto el resto, porque el objetivo es acabar con uno de los mayores puntales del ocio masculino, un continente salvaje e ingobernable (y por ello, especialmente molesto) que representa lo poco que le queda ya a la decadente Europa occidental, una vez ha renunciado a todo su herencia cultural e intelectual, empezando por la religión. El inicio de la demolición es una cuestión en disputa, pero en cualquier caso de aspecto puramente liberal. Podría ser la doctrina de la famosa Ley Bossman, que eximió a los jugadores comunitarios de ocupar "plaza de extranjero" en las ligas profesionales, terminando por arruinar el cariz tradicional y vertical del deporte: ya no había límite para que el grueso de las ca
A pesar de la evidente deformación profesional, mi relación con la IA siempre ha sido extraña: una vez superada la decepción tras estudiar sus tripas (no crean que la cosa ha cambiado demasiado hasta hoy), como buen español disipaba toda mi energía al respecto en tratar de buscar las cosquillas a los sistemas inteligentes ajenos, con el único objeto de poner en evidencia que no lo son tanto. Yo también construí alguno, pero no iba presumiendo por ahí ni esperaba de él taumaturgia alguna más que cumplir su humilde cometido. Por lo demás, sigo reivindicando públicamente en vano el patronazgo de la materia para nuestro inefable beato Ramón Llull, que con el ensamblado de su Ars Magna implementó mecánicamente el primer sistema experto de la historia (una de las ramas de la inteligencia artificial, la predominante hasta hace pocos años, junto con los métodos estadísticos y las boyantes redes de neuronas artificiales)... Sigue leyendo