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Nuevo artículo en la revista Rincón Bravío: "Enterrando el balompié"


No, si al final, tras muchas semanas esquivando las balas, voy a tener que escribir un artículo sobre el largo velatorio en que vivimos tras la muerte del fútbol español. El femenino, sí, pero al masculino lo acecha la parca en cada esquina, no se va a ir de rositas; y lo seguirá pronto el resto, porque el objetivo es acabar con uno de los mayores puntales del ocio masculino, un continente salvaje e ingobernable (y por ello, especialmente molesto) que representa lo poco que le queda ya a la decadente Europa occidental, una vez ha renunciado a todo su herencia cultural e intelectual, empezando por la religión.
El inicio de la demolición es una cuestión en disputa, pero en cualquier caso de aspecto puramente liberal. Podría ser la doctrina de la famosa Ley Bossman, que eximió a los jugadores comunitarios de ocupar "plaza de extranjero" en las ligas profesionales, terminando por arruinar el cariz tradicional y vertical del deporte: ya no había límite para que el grueso de las canteras de los ricos (reducidas a mera obra social) alimentasen las plantillas de los clubes pobres de todo el continente, en los que a su vez subrogaban la penosa tarea de la búsqueda de talento. También está la tecnificación, muy ligada a la cuestión anterior, pues la inversión en mejorar la condición física de los jugadores nacidos en Europa hizo quebrar a Brasil (o el resto de Hispanoamérica) como potencia exportadora de futbolistas, que hasta en la clase media eran apreciados por sus capacidades innatas de origen genético... Salvo casos aislados, todo quedaba en casa.
Cuando Inglaterra exportó la moda de gestionar los clubes como si fuesen empresas, aquellos heredaron las miserias de estas: desde fuera parecen gobernadas por genios de talento inimaginable, cuando más bien son simples truhanes oportunistas que compraron buenos contactos en un MBA, luchando año a año por su bonus. Del mismo modo que regalaron en pocos años nuestra soberanía industrial a China, convirtiéndola en una superpotencia a la que hoy besamos los pies para no morirnos de hambre, vendieron el fútbol europeo a un rufián que lo explota en los burdeles de Shangai, Doha o Riad: primero esparcieron los partidos de cada jornada para que no se solapasen y diesen mejor gusto a los nuevos paganos del deporte, para luego permitirles quedarse con algunos clubes y reírles la gracia de hacer competencia económica desleal a los demás. El fútbol aguantó durante un tiempo el embiste, pues los jugadores todavía valoraban lo romántico del pedigrí, en este deporte los galones amedrentan y ayudan a ganar partidos; pero a las siguientes generaciones tanto les da quien les pague con tal que sea mucho, ya no se le escapa ninguna estrella a los clubes drogados con petrodólares. Terminaron por vender la organización del mundial al mejor postor y así poner su granito de arena para mover el polo de Europa a algún rincón de Asia, a ver si de una vez y a la fuerza aceptamos la miseria burocratizada por el Estado como forma de vida.
En paralelo vino lo del fútbol femenino... Está documentado que todo se coció en las ascuas del mundial de Brasil en 2014: con la excusa de fomentar vocaciones, los que mandan pero no gobiernan resolvieron que el fútbol masculino debía ejercer un régimen de protectorado, de modo que el club que no tuviere una sección femenina en división de honor, la crearía mediante la compra de un club que estuviere en dicha categoría; todo para impostar en sociedad que se tratase de una competición inmemorial paralela y equivalente que hasta ahora desconocíamos. Pronto supimos que no se trataba sino de un sacramento nuevo que estábamos obligados a frecuentar, similar al del cine de acción de heroínas o héroes travestidos. A pesar de ser tema recurrente en las hojas parroquiales, el asunto no terminó de interesar demasiado por encontrarse en vías de desarrollo (aunque nadie se atreviese a decirlo por no contradecir públicamente a la jerarquía), por más que se afanasen las beatas. Mientras tanto, las mujeres que entrenan diez horas diarias y ganan competiciones para España en otros deportes seguían tan ninguneadas como siempre, como los hombres que se dedican a lo mismo. Por si no quedase bien claro de qué iba esto, desde el dicasterio para la doctrina de la fe (a veces conocido como Ministerio de Igualdad en lenguaje coloquial), se fomentó que muchas jugadoras distinguidas, más que entrenar, se organizasen en sindicatos verticales y convocasen huelgas regulares de motivaciones extradeportivas, ya fuese para echar al seleccionador (aunque haya ganado el mundial) o reivindicar igualdad salarial, como si en lugar del público, su nómina la pagase el Estado o correspondiese a una responsabilidad deontológica intrínseca de dar patadas al balón. Total, que estaban por defender la prefectura de Irene Montero en lugar de los colores de su club o su país; algo extraño en el mundo del deporte, donde el éxito se construye con trabajo duro y méritos propios, pero muy típico de actividades subvencionadas.
Interesante comentar que lo del pico, más allá de ser otra bolita con la que Sánchez distrae a la población mientras subasta el virgo recosido de España entre los separatistas y el clavo al que trata de agarrarse la ministra de igualdad para no tener que volver a pedir trabajo al padre de sus hijos, constituye el mayor experimento de manipulación social que se ha hecho en el país en mucho tiempo: eligieron la víctima perfecta, pues al ser de la casa (socialista de estirpe familiar) y de costumbres sospechosas, una vez ordenaron prietas las filas para ir a por él, sabían que nadie en la derecha iba a molestarse en defenderlo demasiado; y gracias a las repugnantes burbujas de afinidad de las redes sociales, han conseguido convencer a la mitad de las almas del país de que el beso a Jenni ha sido una especie de violación feudal, a pesar de que los vídeos que han visto evidencien lo contrario, que no hay caso... Pero, además, ha quedado claro quién manda, y que el Gobierno tiene herramientas y poder para aplicar la ley de manera arbitraria, ya sea para condenar a desgraciados sin cargos, sacar de la cárcel a delincuentes o dejar de aplicarla para forajidos. Ya ni se esconden para mangonear y despedir a cargos en instituciones sobre las que no tienen autoridad, como la RFEF, si es que necesitan disimular que las reivindicaciones de las que no quieren ser convocadas en la selección le importan un carajo al grueso de la población; y no tienen recorrido sin su intervención directa. Poco importa, entonces, que nuestro estado se diga democrático.
Cuéntenle; cuéntenle ahora a las niñas y a las chicas que intentan jugar al fútbol porque les gusta que el Gobierno ha convertido su competición en un albañal, que no les habrá aprovechado nada que las mayores ganaran el mundial, que después del bochorno de este verano ya solo van a ir al campo a verlas gentes por pura motivación política... hasta que se aburran; y que Roma no paga a traidores, así que lo mismo las dejan tiradas de nuevo en la cuneta en cualquier momento, cuando alguna intelectualilla escriba un artículo indicando (no sin cierto sentido), que la igualdad y la emancipación de la mujer no se consiguen tratando de emular al varón por miedo a fracasar desarrollando la identidad propia. Los chicos, que cada vez son menos, les dirán en cualquier caso no que ve la pena, que les tocará ir a servir a alguna satrapía, tal vez jugar con cabeza y piernas a cubierto.