Ir al contenido principal

"Azucre", de Bibiana Candia


Siempre supone un reto reseñar a un autor que pertenezca a la misma generación; si bien este concepto, junto con el de movimiento literario, parecen hoy denostados porque también lo está la literatura con pretensiones, de modo que ya solo se escribe en silos. Lo había hecho con Cristina Morales, pero Bibiana Candia es un caso especial por aquello de ser casi paisana, así que lo emprendí con gusto.
    Respecto a la forma, la obra es en esencia una odisea imaginaria y pasiva centrada en el proceso, el viaje hacia Cuba; en sus personajes hay ecos evidentes a la post-guerra de Troya (uno de ellos se llama Orestes), pero sobre todo al célebre viaje a la Cólquida en busca de un prometido vellocino de oro, en el que los argonautas se embarcaron sin saber que la empresa se había organizado adrede para buscarles la calamidad... En aquellos tiempos atravesar el Mar Negro era comparable a salvar el Atlántico (al cabo, se pasaba de un continente a otro): el mar no es lugar para el hombre, y por eso, a diferencia de los demás elementos, el relato genésico omite el comentario de "y vio Dios que era bueno" después de su creación. El Argo se llama Villa de Neda, antiguo nombre de un río que atraviesa Mesenia y Arcadia, natura de la mayoría de los aventureros del relato clásico.
    Sin embargo, diría que el alma de Azucre no es nada de lo anterior, ni siquiera el homenaje que supone el hecho de contar en forma de novela la desconocida historia de aquellos chavales que fueron engañados y usados como mano de obra esclava:  los protagonistas son ellos mismos y sus miserias. El centro de todo es la plasmación de un imaginario sobre Galicia y la galleguidad, empezando por el propio título de la novela. Esta obra no puede analizarse en profundidad obviando su dimensión contextual, trataré de explicarme.
    Todo bachiller de mi época recordará unos fenecidos BUP y COU imperfectos, pero desembarazados de las injerencias políticas contemporáneas; y las administraciones públicas todavía no se habían podrido a base de enchufar a chupatintas de tercera cuyo sustento peligrase con las molestas alternancias de poder. Había, por tanto, una cierta diversidad... Salvo en los docentes de lengua o literatura gallegas, con vocación en tendencia más política que profesional. Su quehacer favorito era introducir digresiones fútiles en las que trataban de enmendar las lecciones de Historia, temerosos de que nos la enseñaran mal respecto al terruño del noroeste. En Azucre están plasmados todos y cada uno de los elementos de la mitología galaica que aquellos esforzados profesores trataron de inculcarnos en la enseñanza secundaria; y más serían si el luctuoso suceso que sirve de excusa para la trama no llegase a suceder antes de 1863, año en que Rosalía de Castro publica sus Cantares Gallegos y resucita la literatura en esa lengua. Del monte Medulio y el desmemoriador río Limia a la leyenda del caciquismo decimonónico que obvia el minifundismo en la propiedad de la tierra, pasando por la confrontación de lo gallego contra lo español y la reivindicación de leyendas folclóricas locales como patrimonio de Galicia entera... el mismo pecado que cometen los lingüistas de por allá a la hora de componer eso que llaman "gallego normativo", que mi propia abuela no entiende.
    No comentaría, sin embargo, esta novela de manera pública si Bibiana Candia dejase de emprender esta traslación con voz y criterio propios. El más contundente es haber zanjado la disputa sobre la toponimia de la ciudad herculina a través de la realidad social: los naturales y vecinos emplean desde hace mucho la forma simple "Coruña", sin artículos, politiqueos ni leches; no es tema menor, porque de allí mismo parten los desgraciados aventureros. El nombre del protagonista principal es también pagano de Un hombre que se parecía a Orestes, novela con la que ganó el Premio Nadal el escritor mindoniense Álvaro Cunqueiro, incomodísimo personaje del panorama literario gallego a pesar de su categoría, pues es de los pocos ungidos con la dedicatoria del día de las letras gallegas que, viviendo en el siglo XX, no se exilió durante el franquismo. Por otra parte se tiende a homologar la obra, con toda razón, como fundamentada en el buen uso del lenguaje: está escrita a modo de crónica con una prosa vivaz con regusto lírico de oficio, propia de la genial escuela realista española; con el inmenso mérito añadido de narrar esquivando de manera elegante las tentaciones tópicas (pocos se atreven hoy a emprender y defender una obra prescindiendo de personajes femeninos) tan bien como para poder profundizar en la psique de los protagonistas de manera suficientemente honesta como para hacer muy difícil intuir el género detrás de la pluma sin echar ojo a la portada, algo al alcance de muy pocos autores fuera de la literatura de género. 
    Una verdadera delicia poco común en la narrativa actual de nuestras letras. Marquemos en corto a Candia, esto es la carrera antes de clavar la pierna de batida.