A pesar de la evidente deformación profesional, mi relación con la IA siempre ha sido extraña: una vez superada la decepción tras estudiar sus tripas (no crean que la cosa ha cambiado demasiado hasta hoy), como buen español disipaba toda mi energía al respecto en tratar de buscar las cosquillas a los sistemas inteligentes ajenos, con el único objeto de poner en evidencia que no lo son tanto. Yo también construí alguno, pero no iba presumiendo por ahí ni esperaba de él taumaturgia alguna más que cumplir su humilde cometido. Por lo demás, sigo reivindicando públicamente en vano el patronazgo de la materia para nuestro inefable beato Ramón Llull, que con el ensamblado de su Ars Magna implementó mecánicamente el primer sistema experto de la historia (una de las ramas de la inteligencia artificial, la predominante hasta hace pocos años, junto con los métodos estadísticos y las boyantes redes de neuronas artificiales)... Sigue leyendo
A menudo se tacha a nuestro sincrético Gobierno (y por extensión, a los partidos que lo componen o lo apuntalan) de moralista o puritano, por su obsesión en legislar y fiscalizar la coyunda de los españoles. No pueden estar más equivocados: para los posmos, la moral es una bola de plastilina que además cambia de color; por consiguiente la ley no significa demasiado para ellos, dado que su cumplimiento es meramente facultativo desde el poder, ya sea por acción/omisión o a toro pasado través de indultos arbitrarios. Más aún, en ellos no hay un ápice de incoherencia o de hipocresía en pedir la cabeza de sus adversarios políticos por ser sospechosos de tener multas de aparcamiento y negarse a dimitir tras una imputación o incluso condena: su elevada concepción de la democracia a la cubana (donde de cuando en vez se impostan elecciones generales y referéndums, a los que ellos dan plena validez) les lleva, con un par de huevos, a la asunción tácita de que sólo están legitimados para gobernar
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