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Cartas de amor


Me sumo con esta entrada a otra que ha colgado muy recientemente la compañera de batallas Lázara Blázquez Noeno en su blog, que por otra parte no puedo dejar de recomendar. Suscribo lo que dice de principio a fin en defensa de la carta de amor, y considero que esta arenga es más necesaria que nunca en los turbios tiempos en que vivimos.
No he podido resistirme a abordar este tema, porque llevo muchos años cultivándolo, unas veces en público y otras en privado. Demasiados. Pero siempre por necesidad, mucho antes de haber aprendido a descifrar la vocación vital que siempre ha estado ahí. Y sigo haciéndolo, porque en literatura las cartas de amor son para mí el alfa y el omega, la madre que me parió en esto de las letras, como ya he explicado en un post anterior, y no he podido dejar de incluirlas en mi ópera prima (que a fecha de hoy todavía está en la bodega).
Las cartas de amor son, incluso las puramente literarias, un acto sincero y visceral. Quizás por eso estén tan denostadas hoy, en los tiempos del bienquedismo, el aspaviento, y la corrección. Son siempre hijas de la guerra, aun cuando la suerte está ya echada, que raramente se cultivan como tales en tiempos de paz. Suelen ser más bien asaltos pírricos y desesperados, caballería cargando contra cañones y fusiles como en Balaclava. Actos de heroismo inútil con un resultado seguro de muerte, que nadie más entiende ni cantará jamás. Son, por tanto, las únicas valentías vergonzantes y molestas que existen.
Las cartas de amor son sin duda el subgénero epistolar más cultivado, y de gestación delicada por definición: Ovidio afirmaba en su Ars Amandi que no debían ser demasiado líricas ni preciosistas, pero al mismo tiempo no pueden ser tan vulgares y prosaicas que no sean capaces de hacer música, siquiera débil, en el alma de una receptora; que le haga imposible negar honestamente la sinceridad del sentimiento que dispara la saeta lírica, y que destierre la excusa de la concupiscencia transitoria como antídoto para los remordimientos de repeler inevitablemente al arquero a estocada limpia. Y si son públicas o ficcionadas, además, tienen que resultar inteligibles y creíbles.
Las cartas de amor son, por fin, la modalidad literaria más honesta, por delante incluso de la autobiografía, porque no tolera omisiones ni prendas por desvestir que oculten alguna vergüenza. Representan el retrato más fiel que de un alma puede hacerse en un instante de tiempo.
Se preguntará el paciente lector después de todo esto por qué seguimos escribiendo cartas de amor... Y yo le respondo que no podemos ni debemos evitarlo. Y que quizás usted también debería hacerlo para no quedar en deuda consigo mismo el resto de su vida.