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Nuevo artículo en la revista Dosis Kafkiana: "El evangelio del Nuevo Mundo", de Maryse Condé


No exagero si digo que este es el comentario que más duro se me ha hecho de cuantos he escrito sobre libros. Y es así porque la lectura de Evangelio del Nuevo Mundo me encontró a contrapié y profano hasta entonces en el universo literario de Condé: me fie demasiado del sugerente título, esperando una interpretación personal del fenómeno en términos locales como ya hiciera el inefable Carlos Mejía Godoy con su famosísima canción El Cristo de Palacagüina. Pero no es nada de eso. Se trata de una novela de senectud, tal vez testamentaria, y desde ese punto de vista hay que analizarla.
Con una prosa deliciosa, diríase que galdosiana (quizás a nuestros colegas franceses no les haga demasiada gracia esta comparación contextual), Condé describe una Martinica ficcional, a ratos fantasiosa por utópica y otras veces visceral por pleiteante, que sirve de paisaje para la mayoría de de la narración. Tal vez un ajuste de cuentas con la historia, fabulando una serie de realidades paralelas que pudieron ser y no fueron para poder dar voz propia a coristas que quedaron muy al fondo en el amalgama cultural y racial de las pequeñas Antillas galas. El hilo a veces se escapa de allí, pero nunca de América, claro.
Resulta inútil e innecesario enrocarse en paralelismos con los textos bíblicos o sus posibles interpretaciones, por mucho que el nacimiento del personaje central sea belenista de manera deliberada, y me resisto a pensar que la elección de Pascal como su nombre no sea un guiño endogámico al filósofo francés; que sin ápice de mesianismo, a través de su popular apuesta fue el pecador que más se acercó a demostrar, si no la existencia de Dios, la conveniencia de creer en él frente a no hacerlo.  No se propone un discurrir histórico alternativo: es un universo en el que existe el cristianismo (si bien no interactúa en modo alguno en la historia) y todos los personajes son conscientes de las coincidencias que surgen respecto a la narrativa neotestamentaria, que devienen en un halo mesiánico que alterna entre la gloria y el rechazo por parte del pueblo. En ese sentido, Maryse Condé señala puntos quilométricos del Evangelio durante toda la historia, a veces con trazo grueso e intención puramente socarrona y otras con detalles analíticos muy interesantes, como el tratamiento de la ambigüedad identitaria de la hermana de Marta y Lázaro, que según el evangelista consulado pudiera corresponderse en algunos pasajes con la de otra María, la de Magdala. Huelga decir que no puede homologarse a Pascal con Jesús, ni tampoco a Corazón y Espíritu con su respectiva porción trinitaria; resultaría demasiado burdo y explícito.
Y esto es así porque el reino de Evangelio del Nuevo Mundo sí es de este mundo. La introspección de Condé no tiene nada de mística, aunque se sirva de simbolismos trascendentales; Pascal no busca más que una fórmula de referencia para que la humanidad tenga una existencia terrena pacífica y feliz. En ese sentido, se topa siempre de frente con la dura cerviz del hombre y con la necesidad de un giro copernicano similar al de una conversión religiosa para armonizar una moral colectiva: no hay dogma más irrefutable que el libre albedrío, en virtud del cual el individuo se busca las mañas para poder hacer lo que le viene en gana aun bajo la más feroz de las dictaduras; de modo que no sirve de nada disciplinar el mundo con normas, es la persona la que debe hacer suya la ética para que el engranaje funcione. Pascal renuncia siempre a buscar algo más allá del telón o aprovechar su situación para fundar una iglesia, y no puede más que llevar una vida mundana y bastante convencional, de modo que la autora rubrica una interpretación clásicamente prosaica (ahora sí) de la vida y obra de Jesús de Nazaret. Evangelio del Nuevo Mundo sería, por tanto, una interpelación universal sobre el sentido de la vida desde el miedo atávico de cualquier individuo (al margen de su credo), inquieto por discernir si ha sido capaz de responder a esa pregunta y obrar en consecuencia, sin dejar demasiados pleitos abiertos antes ser examinado del amor al anochecer de su existencia.
Terminaremos diciendo que se trata de una novela, como ya hemos vislumbrado, con cierta intencionalidad política. Yo no la calificaría de feminista (aunque a menudo se le trompetea este adjetivo allá por donde pasa la Condé), pero sí eminentemente femenina, pues aunque el protagonista sea un muchacho para que el simbolismo evangélico no resulte demasiado grotesco y desvirtúe lo demás, la historia de Pascal es en realidad la historia de las diferentes mujeres que se cruzan en su vida, la mayoría de las cuales no tienen metáfora; todo sin indicios de marianismo (ni siquiera en su madre), pero con profusión de reivindicaciones del valor femenino natural en sí mismo, sin miedo a eludir las reconstrucciones, asimilaciones y enmiendas que predominan en el imaginario contemporáneo... Empezando por la pluma dulce, sensual y sugerente de la propia autora.