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Nuevo artículo en la revista Dosis Kafkiana: "Reseña de 'El año del búfalo', de Javier Pérez Andújar"


Hace ya unos cuantos años, en un arranque de racionalismo, me dio por emprender un estudio para aportar evidencias estadísticas sobre la falibilidad de las predicciones zodiacales. Para ello recopilé miles de personajes ilustres junto con su aniversario y los clasifiqué por ocupación, de modo que se pudiesen medir tendencias en periodos temporales para cada grupo. Evidentemente no se registró correlación alguna entre el nacimiento y el oficio; pero si bien los meses (pensemos en el horóscopo occidental) eran algo completamente uniforme, los años presentaban indicativos curiosos, revelándose unos más fecundos que otros en celebridades o profesiones. Para decepción de creyentes en el horóscopo chino, estas tendencias anuales no se presentaban de manera cíclica (los signos se repiten cada doce años), pero no deja de ser algo curioso por más explicaciones históricas o sociológicas que tenga. Uno de esos signos es el búfalo; y años del búfalo hay muchos, pero en la novela se coquetea sobre todo con 1973.
Tiene El año del búfalo tantas dimensiones que me dejaré alguna en el tintero seguro. Estructuralmente es una delirante crónica a varias voces sobre la vida y milagros del escritor finlandés Folke Ingo, en la que los diferentes cronistas y allegados disputan entre sí y se van haciendo sitio entre los propios textos del autor, en forma de descacharrantes y abultados pies de página. La moderación propia del género impregna toda la obra, en un ejercicio de coherencia que resulta sorprendente para una novela, con el enorme mérito de ni así quitarle una pizca de gracia.
Podríamos definirla como obra contextual, que cartografía la historia reciente a partir de esa corta ventana temporal que marca el resto de la vida para cada generación. En el caso de Pérez Andújar vendrían a ser los setenta, quizás un poco precoces para su edad, pero a la vista está que de ellos le deslumbran especialmente dos temas que se desarrollan con profusión. Por una parte está el encabalgamiento patrio entre el franquismo y la democracia; y sobre todo la desastrosa descolonización de África, un asunto tan poco transitado (casi siempre en modo simplón, maniqueo e infantil, homologando a empujones todo a la historia de la República Democrática del Congo) como imprescindible, seguramente el episodio más convulso a nivel geopolítico del siglo XX después de la Segunda Guerra Mundial. En ese sentido, cada pasaje histórico se etiqueta como psicofonía (y no capítulo), porque desemboca siempre en una elipsis al tiempo presente, donde transcurren los hilos narrativos, que a su vez retroalimentan las psicofonías mirando al pasado en un encadenamiento constante de ciclos temporales que termina capilarizando en todas partes... aquello por lo que podemos considerarla una obra de ambición completiva. También diremos que es contextual porque se trata de la gran novela que esperábamos se estuviese incubando durante los años del bicho, no tanto sobre la pandemia (sería algo demasiado vulgar) como inspirada por la misma: la costura común es el confinamiento de tres artistas entrados en años dentro de un garaje, quizás por razones más kafkianas que reales, pues permanecen allí haciendo vida nocturna por la misma razón que el agrimensor no llegaba al castillo o Josef K se hacía esclavo de su proceso; dependientes, mantenidos y aislados como el escarabajo en que se transforma Gregor Samsa. 
Otro de los grandes pilares de la novela es el peculiar sentido del humor que impregna toda la narración. Por casualidades de la vida, a Javier Pérez Andújar lo descubrí mucho antes como tuitero que como escritor, aunque los malditos algoritmos del pajarillo azul me hubieran alejado de él al punto de no reconocerlo en la foto de la solapa (todos hemos cometido locuras durante los confinamientos, yo el primero). Tal vez eso me permitió leer su novela sin prejuicios ni condicionantes, pero esta misma mañana me caí del caballo, uní A con B y confirmé que era el mismo que narraba la actualidad con genial socarronería a partir de viñetas de cómics y portadas de antiguos folletines variados. Todo cobraba sentido, porque lo cierto es que su humor a nivel formal es poético, por hiperbólico y estrófico; con rima en sus ideas encadenadas, secuenciadas... y de contenido iconográfico, donde desmontan clásicos que venían cabalgando sobre la cultura popular.
Para terminar, durante todo este tiempo nunca tuve muy claro por qué se había elegido el búfalo y no cualquier otro signo. Lo cierto es que el 73 fue un año muy fecundo en acontecimientos emparentados con la narración, como se documenta en el propio libro, pero anoche, mientras contaba ovejitas, me dio por sumar 48 (cuatro ciclos zodiacales) a 1973 y me dio 2021, el año en el que se se publica la novela ganando el Premio Herralde. ¿Alguna predicción de astrólogos chinos? ¿Una revelación al autor en forma de parafonía? ¿Una estimación para el fin del coronabicho? Nunca lo sabremos, o al menos yo espero que así sea.