Estaba en la librería Rafael Alberti, junto a la mesa en la que firmaba su obra Mircea Cartarescu, cuando en mi bolsillo sonó de pronto la canción de las Mamachicho (he decidido hacer toda la contrarreforma que pueda por mi cuenta) por una llamada indeseada que aborté pronto. Reconozco que aquel contraste fue algo que me llenó de satisfacción, porque como digo a menudo, en lo que a cultura se refiere hay que poner todos los días una vela a John Ford y otra a Mariano Ozores. Todo obedecía a un providencial despiste: el día anterior, el autor dio una interesantísima charla pública en el Círculo de Bellas Artes de Madrid sobre su concepción de la literatura... Y yo olvidé llevar mis libros para que me los firmase... Seguir leyendo
A menudo se tacha a nuestro sincrético Gobierno (y por extensión, a los partidos que lo componen o lo apuntalan) de moralista o puritano, por su obsesión en legislar y fiscalizar la coyunda de los españoles. No pueden estar más equivocados: para los posmos, la moral es una bola de plastilina que además cambia de color; por consiguiente la ley no significa demasiado para ellos, dado que su cumplimiento es meramente facultativo desde el poder, ya sea por acción/omisión o a toro pasado través de indultos arbitrarios. Más aún, en ellos no hay un ápice de incoherencia o de hipocresía en pedir la cabeza de sus adversarios políticos por ser sospechosos de tener multas de aparcamiento y negarse a dimitir tras una imputación o incluso condena: su elevada concepción de la democracia a la cubana (donde de cuando en vez se impostan elecciones generales y referéndums, a los que ellos dan plena validez) les lleva, con un par de huevos, a la asunción tácita de que sólo están legitimados para gobernar
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