La legislatura del presunto católico Biden (aunque no se lo crean, esta etiqueta conjunta muy bien con la ideología imperante en algunas latitudes cuando es de mentirijilla) empieza igual que la de Obama (probablemente tan cristiano como ZP cuando fingió serlo para su encuentro intergaláctico en un desayuno de oración): cediéndole un país convulso a los barbudos, de modo que pueda convertirse en el nuevo Silicon Valley del terrorismo islámico; donde como buenos business angels, les dejaron a los emprendedores del kalashnikov una generosa ronda de armamento para que puedan arrancar. La marca Isis está en horas bajas, pero se rumorea que Al Qaeda puede volver a sorprender al mundo con alguno de sus juguetitos y recuperar cuota de mercado.
Ni Barack Hussein, ni Joe, ni siquiera Trump han sabido tener perspectiva histórica para entender que la primera potencia del mundo tiene la obligación (sin perjuicio de la decadente UE y resto de miembros golfos de la OTAN) de intervenir y mediar allá donde se dirima el orden geoestratégico, incluidos los malditos asuntos bélicos. Cuando se cede este espacio, se cede también la hegemonía: malas noticias para el mundo occidental. En este caso, a países no democráticos con pocos escrúpulos a tratar con cualquier tipo de canalla con tal de poder hacer negocio; algo, por otro lado, enormemente práctico en política internacional. Llegará un tiempo no muy lejano en el que hasta los progres llorarán porque vuelva la primacía americana, por eso de que la semana laboral china es más larga y dura.
Aunque antes del 11-S a nadie le importaba un carajo que las afganas estuvieran forzadas a vestir burka y tuviesen unos derechos civiles homologables a los de un perro, lo cierto es que tras el atentado terrorista de las Torres Gemelas resultaba ineludible derrocar a los talibanes por una cuestión de estabilidad global. Si han conseguido aguantar veinte años dando por saco en guerrillas es, además de por lo agreste de territorio y sus famosas cuevas interminables, porque unos cuantos miserables de países cercanos pagan la fiesta. Y deben de pagar muy bien, porque los medios alineados con la ideología dominante presentan ya a los barbudos como unos interlocutores válidos, casi entrañables, a los que no deberíamos rechazar... Una suerte de Bildu de Oriente Medio cuyo pasado sangriento todavía caliente debemos olvidar; y recibir a sus terroristas en España entre danzas, flautas y tamboriles. El otro día casi vomito al leer a algunos audaces periodistas palanganeros atreverse a afirmar que el nuevo gobierno afgano dejará de basar su economía en el tráfico de heroína para pasar a un modelo ecosostenible. En cuanto a las mujeres, los lenguapardas le quitan hierro al asunto afirmando que, aun sin poder hablar y teniéndose que sonar los mocos en la tela que le cubre la cara, no tienen menos problemas que en Occidente; y ponen como ejemplo para construir la falacia equidistante los hábitos de las monjas (tengan por seguro que no volveremos a ver imágenes de lapidaciones en los grandes medios). Algo sorprendentemente magnánimo partiendo del axioma de que esta gente apoya a ciegas la versión oficial del 11-M, según la cual unos yihadistas de Al Qaeda organizaron el atentado de Atocha en represalia por la foto de las Azores, a pesar de que ninguno de los terroristas implicados tenía vínculos probados con la organización. Ni siquiera el paniaguado Michael Moore, que tanto partido económico le sacó a los atentados de Nueva York, se atrevió a comentar demasiado sobre la retirada de tropas más allá de calificar la operación como un fracaso, no vaya a ser que por aplaudirlo le salte pronto mierda a la cara.
A pesar de que le llovieron críticas por sistema, lo cierto es que Bergoglio (permítanme que me refiera así al papa cuando hace sus tan frecuentes apreciaciones personales fuera de cátedra) dijo, para variar, algo con mucho sentido respecto a este tema: que nuestro sistema político no es exportable. Hemos perdido ya la cuenta de todas las intentonas fallidas (aplaudidas, por cierto, por toda la idiocia intelectual europea) de llevar la democracia a algún país musulmán. Primero fueron Irán y Argelia, luego la Irak abandonada a su suerte, seguida por la estomagante Primavera Árabe... Y de Afganistán ya ni hablamos. Los ideólogos de mercadillo de las últimas décadas han olvidado que el islam, a diferencia del cristianismo, contempla un modelo político y social dentro de la propia religión. Si bien tiene una implementación muy diversa (no olvidemos que la corriente principal, el sunismo, es el equivalente islámico del protestantismo, con una interpretación más abierta del Corán), en muchas de estas tradiciones locales, proponer en este momento una transición a un modelo democrático tal y como lo entendemos nosotros es equivalente a proponer a sus habitantes que renuncien a su fe. Una auténtica idiotez de la que los barbudos han aprovechado mil veces como excusa, primero para derrocar a un monarca o sátrapa que los tenía a raya; y luego para disolver en pocos meses el socialismo y la democracia por las buenas o por las malas e ir a por las minorías étnicas y religiosas.
Muchos creían que podría estar cerca un cambio de ciclo en el orden mundial, pero pocos esperaban que se precipitase de forma tan proactiva y miserable, enseñando a los demás que EEUU se retira de la partida para dejarse morir en el mismo balneario woke que Europa occidental. Lo que sí me pregunto es qué hará Biden (y el resto de la OTAN) cuando vuelva a sufrir en sus carnes un atentado yihadista apadrinado por talibanes.