Desconozco los datos de ventas, pero es seguro que son importantes, porque en su presentación en Madrid como ganadora del Premio Herralde de Novela 2018 hemos ido a la sala de eventos de la Fundación Telefónica. En la edición del año anterior estuvimos mucho más recogidos y desapercibidos, pero igualmente bien tratados en la planta primera de la icónica librería "La Buena Vida" para ver a Andrés Barba hablar de "República luminosa".
La obra es la historia, plasmada en diversos géneros y formatos, de cuatro primas (Ángeles, Patri, Marga y Nati) con diferentes minusvalías psíquicas, sin apenas apoyos familiares, que viven en un piso tutelado de Barcelona. Cada una de ellas representa un rol y un punto de vista diferentes sobre el lugar que debe ocupar en el mundo el clan. Con este punto de partida, la narración es una excusa para profundizar sobre la posición forzosamente pasiva de los discapacitados en la sociedad, la danza como expresión liberadora a todos los niveles y, sobre todo, el anarco-feminismo.
A pesar de ser una obra coral, la verdadera protagonista es Nati. Ella es la bailarina y la que da el recubrimiento político teórico a lo largo de toda la historia. Es, además, el personaje más coherente, porque su minusvalía ficticia le sobrevino ya estudiada... Y solo le afecta a modo de cerrazón mental en según qué circunstancias, como una especie de licantropía sin perder la lucidez intelectual. Nati es, por tanto, la proyección fantasiosa que a todo radical político le gustaría encarnar y un bastión perfecto para que la autora pueda esplayarse y subir la apuesta todo lo que sea necesario. Tanto es así que, en cualquier conversación con mínimo trasfondo político, Nati está presente, aunque sea poseyendo a otro personaje.
Lo primero que hay que comentar es que se trata de una novela arriesgada, lo que supone un mérito en sí mismo. Podría verse como un ejercicio claramente faulkneriano (ni la misma autora no niega), pero monopolizado por Vardamanes y Benjis, estos personajes con diversas discapacidades intelectuales que tanto fascinaban al autor estadounidense, narrando su historia siempre en primera persona. La diferencia está en que Faulkner los retrató de manera intencionada y magistralmente realista (toda una proeza para la época), y Morales trató de darles a sus personajes una trascendencia, una dicción y una profundidad reflexiva, en algunos casos, que supera de largo lo que podría esperarse de ellas (o incluso a veces lo razonable), todo en aras de tratar de dar empaque a las reivindicaciones que en la obra se reflejan respecto al derecho de autodeterminación del colectivo al que representan. La autora juega constantemente a relativizar en qué consiste realmente la verdadera "incapacidad". Llega a darse la paradoja de que, por expresarse únicamente a lo largo de la obra mediante una novela escrita con el método de "lectura fácil", el personaje de Ángeles aparenta tener unos problemas cognitivos mayores que los de sus comadres, a pesar de ser la que tiene un grado de discapacidad intelectual más bajo de las cuatro. Nati, por su parte, siendo la que aparentemente tiene más autonomía y recursos de todas, es sin embargo la que tiene otorgado el grado de discapacidad más alta por el extremismo de su "síndrome de las compuertas".
Otro aspecto destacable de "Lectura fácil" es su capacidad de crítica. Su virtud no es tanto que critique "mucho" y "a todo el mundo" (cualquiera que se haya asomado mínimamente a la política panfletaria sabe que es un mercadillo del extremismo como pose), porque ni es así ni tiene que serlo. No hay nada peor que un autor con pretensiones queriendo aparentar ser política o ideológicamente neutral o complaciente. El verdadero logro es que la autora consigue hacer una crítica, desde su perspectiva, honesta y con personalidad, de alta precisión y con el calibre adecuado: Lo valiente no es criticar la guerra en el escenario del universalmente denostado Vietnam, sino desde la sacrosanta Segunda Guerra Mundial, como hizo Spielberg. Sirva como ejemplo que Cristina Morales se despacha a gusto en 424 páginas sin plasmar ningún atisbo de crítica a la Iglesia Católica (más allá de algún tímido intento de provocación) a pesar de tener ocasiones y razones de sobra para hacerlo, algo inimaginable en un libro de estas características escrito en España. Es, por tanto, también en este sentido una obra osada y valorable... Y, lamentablemente, lo hubiese sido mucho más de ser publicada otro año y en otro contexto.
Por último hay que hablar del humor, que se reparte con profusión a lo largo de toda la obra a través de la sátira del propio entorno "libertario" de Barcelona. De manera más fina y tierna con las cotidianidades de las protagonistas y su manera de contarlas, sin tener que acudir a trampas sensibleras o despertar más lástima que simpatía con ellas.
Creo que se trata de un libro muy curioso, de un nivel literario notable, apto para cualquier buen lector de buen diente.