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Michel Houellebecq


Me veo obligado a dedicar una entrada de La iglesia de Baler a Houllebecq. Y es que tengo que reconocer que, aunque las comparaciones resulten inconvenientes, la lectura de su obra se ha convertido para mí en una impresionante serendipia literaria.
Cualquiera que investigue mínimamente la vida del francés descubrirá que su obra tiene mucho de autobiográfica. Para empezar, su primera novela (Ampliación del campo de batalla, 1994) está protagonizada por un ingeniero informático (aquí también empiezan las coincidencias conmigo), profesión que él mismo ejercía por aquella época a pesar de ser ingeniero agrónomo de formación. Refleja mucho de sus vivencias pasadas en la que, en mi opinión, es su obra maestra: Las partículas elementales (1998). En ella, dicen las malas lenguas, reflejaría a su propia madre en la ficticia madre de Michel y Bruno, los protagonistas de su obra. Además, Michel, como él mismo, fue criado por su abuela, y su hermano Hugo, al igual que el autor, pasó largas temporadas en sanatorios psiquiátricos.
Houellebecq es un autor que utiliza casi siempre el mismo tipo de personaje protagonista: un nihilista misántropo decadente, con dejes de agnosticismo católico (como deja entrever de sí mismo en algunas ponencias públicas, en las que incluso confiesa acudir a misa), traumatizado de algún modo por su vida sexual, que es nexo para entablar relación feliz con una mujer igualmente traumatizada e incomprendida que termina de manera trágica. Gusta, además, de utilizar la primera persona en la narración (otro rasgo en común conmigo) como manera que considera más adecuada para hacer sus reflexiones y críticas sobre el mundo, de tal nivel literario, que llegan a resultar molestos a quien lo critica por utilizar pasajes implacablemente soeces en los que se recrea para caricaturizar la dedadencia de la sociedad europea.
La casualidad hizo que Sumisión fuese la primera novela que leyese, recomendada por un amigo, después de terminar mi primera creación. Y también la primera de Houellebecq. Reconozco que me sorprendió agradablemente mucho más allá del atractivo morboso del tema polémico que debía ser el hilo conductor de la obra. En la manera de narrar, los capítulos temáticos y conclusivos, y el contraste de estilos (además de lo que ya he comentado antes) me vi tan identificado, que cualquiera que lea mi primera novela con un mínimo de interés encontraría una influencia del francés en mi obra (por mucho que yo pueda jurar y perjurar que no ha sido así). Luego leí casi todo lo demás que ha escrito y los comentarios al respecto... Y comprendí antes de tiempo lo difícil que es publicar cuando tu crítica es transversal, no tiene colores, ni trincheras, ni estereotipos. Además, esto no es Francia. ¿Estaré exagerando?