Hace cien años, Joris Karl Huysmans escribía en su novela A Contrapelo lo siguiente:
Al mismo se dio cuenta de que los librepensadores, los doctrinarios de la burguesía, esa gente que exigía todo tipo de libertades para poder aplastar las opiniones de los demás, no eran más que unos ávidos y desvergonzados puritanos, cuyo nivel de educación le parecía inferior al de cualquier zapatero.
Esta bravuconada no necesita más actualización que la de los términos contextuales e ilustra a la perfección la realidad reciente, mucho más allá de los divertidos devenires del pasado fin de semana. Como el cáncer de politizarlo todo ha metastatizado sus repugnantes raíces por todas partes, debemos desgranar el asunto poco a poco para no empacharnos.
Toca hablar, por supuesto, de Eurovisión: muchos lloriqueos (y poca autocrítica) se vienen dando desde los tiempos de Rosa López, por eso de que casi siempre España obtenía una puntuación miserable. Que si es todo política, que si los del Este se votan entre ellos, que si el público penaliza a los países que tienen clasificación directa para la final... Y algo de eso habría, porque los vaticinios de Uribarri durante las votaciones jamás fallaban; pero vamos a dejarnos de pamplinas: rara vez se repetían los ganadores o siquiera las latitudes, y terminaba llevándose el micrófono de cristal alguno de los que destacaban de entre todos los que se disolvían en estribillos facilones o pintando la mona para llamar la atención, siempre uno de los tres que cualquier hijo de vecino era capaz de discernir desde el sofá de su casa. A este respecto hay una verdad incómoda que nadie quiere señalar: a diferencia de otros países con escaparates culturales mucho más reducidos, el inmenso mercado de la canción en español hace que el festival no sea demasiado atrayente a artistas de éxito, por aquello de que tienen mucho que perder y poco que ganar, así que TVE a menudo terminaba cubriendo el expediente con un principiante o alguien consagrado en horas bajas... Y así nos ha ido desde entonces, con las dignísimas excepciones de Ruth Lorenzo o Pastora Soler, no hace falta explicar por qué.
Este año sucedió algo extraño. Se volvió a hacer un concurso de preselección, pero el nivel medio de los participantes era varios órdenes de magnitud superior a cualquiera de los anteriores, casi todos ya profesionales con años de trayectoria (no digamos las Azúcar Moreno). Aquí no debiera de haber política, pero la hubo hasta las heces, pues el Gobierno tenía una candidata oficial que promocionaba con un descaro aberrante en sus medios obsequiosos e incluso mítines de las elecciones autonómicas de Castilla y León. Huelga decir que no se salieron con la suya, y la polémica paniaguada que sucedió a la elección de Chanel para ir a Turín no surgió de empatizar con las Tanxugueiras (defenestradas por el jurado pero favoritas del público), sino de la rabieta de no haber colocado a Rigoberta Bandini después de tanta propaganda gratuita: tuvieron el segundo lugar tanto en las votaciones del jurado como en las del público; y al ponerse en duda (hasta por el poder político) el cómo se tendría que asignar los puntos del voto popular (que se hizo por simple orden de clasificación), RTVE levantó las alfombras y desveló los detalles. Tanxugueiras tenía un aplastante 71%, por lo que ni repartiendo este voto de manera proporcional Rigoberta tenía opciones... Así que allí mismo se silenció el asunto. Bueno, no del todo: Chanel Terrero, con méritos incontestables, tuvo que sufrir la bilis y el desprecio de todo ese sector oscuro, sectario y mezquino que se había quedado sin candidata política para Eurovisión; aquellos mismos menesterosos en ideas propias que cuestionaron la legitimidad de la victoria de Netta en 2018 por nacer con el pecado original de ser israelí, pues les venía dado que era más importante en un confrontamiento ideológico un posicionamiento pro-palestino que una canción-protesta contra el acoso escolar.
Y en esto que pasan los meses y llega el festival, esta vez politizado de narices: descalifican a Rusia por la invasión a Ucrania tras la presión bienquedista de varias televisiones públicas europeas, en un precedente preocupante para las dimensiones neutras de la cultura y el deporte, que siempre habían tratado de tender puentes por entender que unen a los pueblos por encima de sus dirigentes. Algo que nunca se había hecho siquiera tras la invasión soviética de Afganistán, con los países de los genocidas africanos, Corea del Norte o la Libia que Gadafi había convertido en una universidad de terroristas.
En todo caso, todos los que habían escupido sobre nuestra representante despertaron de su embrujo al oír la agitación del auditorio mientras actuaba, reconociendo que la chica aquella quizás tuviera talento y todo. Pero había un problema: se le había ocurrido ponerse un modelito que imitaba a un traje de luces... que además terminaba en tanga (como el de sus bailarinas). ¡Habrase visto tal desvergüenza! ¡Enseñar el culo más de lo debido sin pedir visto bueno a las moralistas del Gobierno! ¡Ahí, todas luciendo nalgas y muslamen! ¡Que parece hecho a propósito para provocar a quienes la criticaron en el Festival de Benidorm, hombre, que allí no iba tan enseñona! El caso es que no sabían para donde tirar, huérfanos de espíritu crítico por haber elegido el rol de siervo perpetuo que vuelve los ojos hacia su amo en busca de un leve asentimiento cada vez que tiene que responder una pregunta... Porque además ahora eso de la verdad es tan voluble que uno ya no sabe qué pensar sin sus creadores de opinión a mano, así que miraron a Twitter. Pero la red social del pajarillo azul guardaba silencio. Desde el sofá de mi casa me reía por dentro al imaginarme a toda la autoridad de la nueva feminidad echando espuma por la boca al ver el clamor, cómo le brotarían estigmas en la piel en forma de latigazos cada vez que un país le daba los tuelf points a Chanel. Al final, hiposos y con los ojos morados de tanto llorar de rabia, no tenían más remedio que impostar alegría y felicitaciones cordiales en forma de tuit por el magnífico tercer puesto. Reino Unido quedó segunda, con una situación similar a la de España en la historia reciente del certamen, y ambos fueron los ganadores virtuales, dado que el triunfo se regaló de manera obscena a Ucrania por la situación que todos conocemos. Por cierto que poco se ha hablado de la influencia que en las votaciones tuvo la ausencia de Rusia, que en general acaparaba muchos puntos de su periferia que a partir de ahora generarán nuevas confluencias.
Al día siguiente, ya más en frío, la Gestapo palanganera se ocupó de hacer el trabajo sucio, destripando por fin a Chanel en público, su modelito y lo que surja... Con unos argumentos que podrían ser de las Guindillas que retrató Delibes en su novela El Camino, unas aborrecibles amargadas que se arrogaban a aplicar censuras y vigilancias suplementarias a las que ya proporcionaban los servicios franquistas de la época. ¡Quién nos iba a decir de aquellas que presumen haber deshecho el género que iban a encarnar precisamente los estereotipos femeninos más rancios de los chistes barriobajeros! Dicen que les preocupa sobre todo el ejemplo en las niñas y demás. Sorprendente cuando a menudo intersecan con el batallón de malnacidas que tratan de convencer a las chicas para que oculten o renuncien a denunciar las violaciones o agresiones sexuales si no las cometen españoles, para no hacerle el juego a la "estrema" derecha... Porque, para mucho espíritu mediocre, todo es política, y también la profanación de la vida íntima está sometida a sus dúctiles postulados.
No se han dado cuenta de que su mundo está felizmente en regresión, se intuye un cambio de ciclo: verán cuando tomen perspectiva y tomen conciencia de que las actuaciones exitosas en Eurovisión crean escuela al año siguiente. ¿Cuántas coreografías despendoladas e irreverentes no vendrán el año que viene de la Europa Oriental o el Mediterráneo? ¡Viva Chanel, sus bailarinas, y la madre que la parió!