Entrando a una estación de metro en un barrio no precisamente sofisticado, pude ver hace tiempo un cartel en el que la Comunidad de Madrid anunciaba un servicio para ayudar con las burocracias a los matrimonios de la región que pretendan separarse. La cuestión no tendría mayor importancia si no fuese porque se promocionaba en las mismas formas de mercadotecnia burda y simpaticona que se emplean para vender un crecepelo; como cuando alguna firma trata de persuadirnos con ánimo de lucro para que vendamos el coche, corrijamos nuestros hábitos alimenticios o instalemos una alarma porque vivimos en una sociedad caótica y siniestra que lo hace imprescindible... Es decir, para que cambiemos nuestra forma de vida. No he visto nunca, sin embargo, a administración alguna tirando presupuesto para publicitar recursos públicos de apoyo psicológico o terapia a familias con problemas, tal vez porque esos servicios no existen... Sigue leyendo
Parece que después del comentario sobre Pororoca , me toca de nuevo hablar sobre la culpa. El otro día leía en un periódico que Angela Merkel daba por fracasada la política migratoria de la UE, porque consideraba que solo Alemania se mostraba flexible para acoger a algunos de los inmigrantes que se hacinan en las islas griegas más próximas a África. Hacía, a este respecto y no sin cierta razón, una referencia más o menos velada a las cuestiones religiosas, como corresponde a un partido democristiano como el CDU. Sin embargo, me resultaba sorprendente la perspectiva caritativa, disparada sin duda por la culpabilidad interna, algo típicamente católico: aunque su mentor Kohl sí lo era, Merkel es luterana. Debemos recordar que, en general, los protestantes ven a Dios como una especie de titiritero que no solo permite sino que origina todo lo que ocurre en el mundo, de modo que conciben la pobreza como una maldición y la riqueza como todo lo contrario, ambas de alguna manera merecidas a oj
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