Ir al contenido principal

La Superliga o el fracaso del fútbol post subprime


Yo soy uno de esos millones de aficionados al fútbol que empezaron a perderle interés precisamente en lo peor de la llamada crisis de las subprime. Por aquel entonces, la época de Mourinho contra Guardiola en lo alto de la clasificación, solo Real Madrid y Barcelona tuvieron pulmón para aguantar el hundimiento económico que ahogó al resto de los clubes (también en el resto de Europa), dejándolos a una distancia abismal y transformando La Liga, una competición hasta entonces disputada y divertida, en un duopolio grotesco y sin gran interés, en la que los grandes solo perdían o empataban cuando jugaban entre ellos y sacaban más de treinta puntos de ventaja al tercer clasificado. Algo homologable a ligas como la escocesa, la portuguesa o la holandesa, con todos mis respetos hacia ellas, pero impropio de la nuestra. Pero casi nadie, ni siquiera en la prensa especializada, se atrevía entonces o se atreve hoy a decir que el rey está desnudo, y que lo único interesante que queda en el mundo balompédico son los torneos de selecciones nacionales y la Champions league a partir de cuartos de final.
La idea de una liga europea homologable a la NBA no es nada novedoso. Los aficionados de cierta edad sabemos que esto lleva fraguándose, como mínimo, desde hace más de veinte años: conocimos los tiempos en que convivían tres competiciones europeas diferentes, cuando a menudo se daba la extraña situación de que la Copa de la UEFA superaba en nivel de los participantes a la competición principal, la propia Liga de Campeones, y ya no digamos la Recopa. Esto llevó progresivamente al formato actual y a la eliminación de esta última, convirtiendo la Champions en un torneo más interesante y relegando a la Europa League a ser un título de consolación para segundones y cabezas de serie venidos a menos por pronta eliminación en la competición principal. Pero hubo otras intentonas, quizás más para forzar a la UEFA a reformar la Liga de Campeones que con una intención firme. Recuerdo con una sonrisa el cénit de mi querido y hoy malogrado Deportivo, al que solo el intratable Oporto de Mourinho pudo privar de ganar una Champions, época en la que algunos diarios se aventuraban a incluirlo en esta fantasiosa liga cerrada europea que perpetuaría su gloria. He ahí la clave: una Superliga supondría una foto casi fija de la élite futbolística europea, ¿pero tiene eso sentido?
Florentino Pérez se dejó ver ayer en el programa Chiringuito de jugones para defender el proyecto de la Superliga (de la que sería presidente), pivotando siempre sobre el argumento de ser algo imprescindible para "salvar el fútbol". Y lo cierto es que tiene razón, quizás sea la manera más sencilla de salvar no tanto el deporte sino el formato económico que hace posible el tipo de espectáculo tal y como lo conocemos hoy en día. Florentino no oculta que concibe esto como una industria de entretenimiento más y le preocupa "que ya no interesa a los jóvenes". Tiene razón, pero creo que se equivoca en el porqué y en el cómo: el fútbol ya no interesa no porque los grandes jueguen contra equipos desconocidos, sino porque, como decíamos, hay diferencias de nivel demasiado grandes entre unos pocos clubes de Europa y el resto, propiciadas por el ya injusto reparto de los derechos televisivos y el abordaje de multimillonarios excéntricos que utilizan sus fortunas a fondo perdido. 
Aceptando la Superliga como remedio, queda la complicada tarea de definir sus miembros permanentes o al menos iniciales de manera justa. La propuesta por los fundadores es medible y objetiva: los que más dinero tienen... En este momento. En algunos casos esto se corresponde con los méritos deportivos históricos, pero en otros muchos se trata de clubes que nunca han ganado la Liga de Campeones y con un palmarés incluso discreto a nivel nacional (véase Manchester City, Tottenham Hotspur, Atlético de Madrid y posiblemente el PSG) o que no pasan por su mejor momento, dejando fuera a históricos imprescindibles como el Bayern de Múnich o el AJAX de Ámsterdam. Estaríamos hablando, por tanto, de una Superliga burguesa, no aristocrática. La nobleza era una condición que se heredaba o se ganaba en el campo de batalla, así que por pura higiene deportiva debería establecerse al menos una política de ascensos y descensos sin bulas. Quien en nuestra piel de toro piense que el criterio elegido es justo, haga un ejercicio de honestidad olvidando la situación actual de pobres hartos de pan, y recuerde que entre los ochenta y noventa ningún club español formaría parte de esa élite con seguridad. Todo a pesar de que, por entonces, el fútbol aquí interesaba mucho más que ahora. Y besen de paso también la estampita de san Florentino, que al introducir en nuestro país el modelo de transformar los equipos de fútbol en empresas globales consiguió revertir esa racha.
El fútbol no es el deporte más popular por cuestiones históricas o tradicionales. Enamora por su romanticismo y su locura, marcadores cortos que permiten sorpresas impensables en otras disciplinas, donde los errores no perdonan y a veces la suerte es cruel. Cierto que una Superliga sería interesante por igualada, pero nos dejaría sin esas noches mágicas de covadongas y termópilas en las que un equipo humilde acantonado en su campo hace perecer a un ejército de millonarios de corto en una fase eliminatoria. ¿Somos conscientes de ello?
Prefiero que los jóvenes se interesen por el fútbol precisamente porque, a diferencia del entretenimiento banal multimedia, educa en huir del conformismo y alimenta los sueños. Y no adoctrina a nadie.


Comentarios

Entradas populares de este blog

Nuevo artículo en la revista Rincón Bravío: "Porno, putas y consoladores"

A menudo se tacha a nuestro sincrético Gobierno (y por extensión, a los partidos que lo componen o lo apuntalan) de moralista o puritano, por su obsesión en legislar y fiscalizar la coyunda de los españoles. No pueden estar más equivocados: para los posmos, la moral es una bola de plastilina que además cambia de color; por consiguiente la ley no significa demasiado para ellos, dado que su cumplimiento es meramente facultativo desde el poder, ya sea por acción/omisión o a toro pasado través de indultos arbitrarios. Más aún, en ellos no hay un ápice de incoherencia o de hipocresía en pedir la cabeza de sus adversarios políticos por ser sospechosos de tener multas de aparcamiento y negarse a dimitir tras una imputación o incluso condena: su elevada concepción de la democracia a la cubana (donde de cuando en vez se impostan elecciones generales y referéndums, a los que ellos dan plena validez) les lleva, con un par de huevos, a la asunción tácita de que sólo están legitimados para gobernar

Nuevo artículo en la revista Dosis Kafkiana: "Reseña de 'El año del búfalo', de Javier Pérez Andújar"

Hace ya unos cuantos años, en un arranque de racionalismo, me dio por emprender un  estudio  para aportar evidencias estadísticas sobre la falibilidad de las predicciones zodiacales. Para ello recopilé miles de personajes ilustres junto con su aniversario y los clasifiqué por ocupación, de modo que se pudiesen medir tendencias en periodos temporales para cada grupo. Evidentemente no se registró correlación alguna entre el nacimiento y el oficio; pero si bien los meses (pensemos en el horóscopo occidental) eran algo completamente uniforme, los años presentaban indicativos curiosos, revelándose unos más fecundos que otros en celebridades o profesiones. Para decepción de creyentes en el horóscopo chino, estas tendencias anuales no se presentaban de manera cíclica (los signos se repiten cada doce años), pero no deja de ser algo curioso por más explicaciones históricas o sociológicas que tenga. Uno de esos signos es el búfalo; y años del búfalo hay muchos, pero en la novela se coquetea sobr

Nuevo artículo en la revista Frontera D: "La crisis del libro"

Decidí emprender este artículo horrorizado tras leer a no pocos ciudadanos distinguidos de la república de las letras clamar por ese concepto difuso, eufemístico y vergonzante que siempre converge en algo siniestro: un “nuevo modelo”; en este caso para la industria del libro. Por supuesto, se estaban refiriendo a liquidar la distribución tal y como la entendemos hoy en día para sustituirla por impresión y envío bajo demanda: los que se reivindican representantes de la esencia literaria por ser pequeños editores o autores independientes, los guerrilleros de la cultura, quieren llevarse por delante las librerías para dejar todo en manos de magnates digitales a los que tanto les da vender libros que papel higiénico. La excusa es la creciente carestía del papel y lo poco ecológico del proceso actual, en el que muchos libros distribuidos terminan siendo retirados sin vender e incluso desechados para hacer sitio a nuevos títulos en los almacenes; pero la realidad ulterior es la