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Física cuántica


Desde hace muchos siglos, existe un tipo de sectarismo oportunista, camaleónico y desvergonzado al que no le importan demasiado los rituales y las formas, y convive en armonía con aquel otro convencional y clásico. Se preocupa más bien de pasar desapercibido sin demasiado esfuerzo en parecer una religión aprovechando contextos, modas y mareas. A veces ni siquiera tienen un verdadero y habitual ánimo de lucro, y se conforman con perfundir determinadas ideas en la sociedad.
Allá por los siglos I y II de nuestra era, los gnósticos aprovecharon el rebufo del cristianismo para redactar sus famosos e infumables evangelios apócrifos. Pongo evangelio en cursiva porque nunca he llegado a entender que se le dé tal categoría (salvo por puro sensacionalismo) a cualquier texto, en general escrito varios siglos después, que dice narrar algo sobre la vida de Jesús o hechos colaterales de la misma. En el caso de los gnósticos, el trabajo de subterfugio está francamente bien hecho (son los textos más antiguos después de los evangelios canónicos y el de Tomás), pero Jesucristo está introducido con calzador en un relato completamente exótico, de modo que podría ser intercambiable por Hércules, Odiseo o Gilgamesh; por poner ejemplos de la cultura popular de la época que pudieran haber funcionado del mismo modo. Sin duda, el uso de la figura central del cristianismo sirvió de manera muy efectiva como caballo de Troya para difundir su espiritualidad y, quizás sin que lo hubiesen planificado de manera consciente, para que estos textos hayan llegado hasta nuestros días y sean todavía objeto de estudio y texto sagrado para nuevos, múltiples y exóticos fenómenos sectarios.
La Edad Media fue en este sentido bastante tranquila, con intentonas aisladas como el catarismo; o la infiltración de religiosos paganos entre los sacerdotes en las zonas europeas de cristianización tardía (típicamente los países nórdicos y a veces en las Islas Británicas), con la intención de utilizar la infrastructura eclesiástica para preservar, proteger y propagar sus cultos de modo puro o sincrético. Del mismo modo, la Edad Moderna fue muy resistente en sus dos primeros siglos, protegida por el intercambio constante de golpes entre católicos y protestantes que precipitó con vehemencia al identitarismo de las diferentes ramas cristianas. Otra cosa fue el siglo XVIII, en el que maduraba y se empoderaba la masonería y desembocaría en los ridículos y vergonzantes cultos a la razón tras la Revolución Francesa, por suerte efímeros, en los que se trataba de hacer una especie de liturgia que se inspiraba en las formas de una misa.
La verdadera explosión vino en el siglo XIX, decadente en demasiados aspectos, con todo tipo de gazpachos esotéricos de pretendido aspecto científico o al menos filosófico y formal, con el propósito ya entonces de captar a los "espirituales no religiosos". El más popular de todos (y que sobrevive todavía en nuestros días) es la teosofía, pero no fue más que el inicio de una espiral espiritista que embadurnó al menos el primer cuarto del siglo XX. Por aquel entonces empezaba a gestarse lo que más tarde se denominó Wicca, que si bien pretende ser una verdadera religión y quizás haya conseguido ser la alternativa más eficaz hasta la fecha para anticristianos poco exigentes, se ha utilizado en alguna de sus múltiples implementaciones para incluir dentro de su fe todo tipo de artes adivinatorias. Así bajo el paraguas de ser un culto oficializado, sortear la prohibición de estas prácticas en algunos lugares (en este sentido destaca el trabajo de la inefable Zsuzsana Budapest en California). Algo más tarde arrancaba la cienciología, que se denomina iglesia pero pretende ser en la práctica algo más cercano a la ciencia.
En nuestros días, aunque ciertamente siguen existiendo y gozan de una relativa buena salud, las sectas de togas y barbudos iluminados de supuesta inspiración orientalista están pasando de moda. Ya no sirve que los tarotistas y las tiendas supercheras estén rodeados de cristos, vírgenes y santos para relajar el pudor de los crédulos (que lo mismo creen en una cosa que en la otra y no les gusta sentirse herejes), porque esos iconos ya no son útiles en los trampantojos para los tiempos que corren. En cambio, como sigue habiendo demanda de trascendentalidad (ya decía Jung que al hombre se le pueden quitar a sus dioses solo si a cambio le dan otros), han surgido grupos pseudo sectarios que se anuncian para una misma reunión con varios mensajes diferentes según el barrio: "charla sobre espirutualidad", "curso de metafísica" o (y aquí lo novedoso) "conferencia sobre física cuántica". La física subatómica y la teórica son campos del saber muy de moda, de los que demasiada gente habla y mucha menos conoce lo suficiente como para tener criterio. Pero eso no importa, porque todos hemos oído que hay elementos subatómicos para los que viajar al pasado en laboratorio es algo cotidiano, y que dos partículas que han estado en contacto pueden transmitirse información una vez alejados entre sí mediante el entrelazamiento de su estado de espín (e incluso puede lograrse de manera transitiva para partículas que nunca han estado en contacto). Estas y muchas más propiedades fascinantes que se dan a nivel cuántico han hecho fantasear (por ignorancia) a muchos desde hace años: mediante una absurda extrapolación al mundo macroscópico, creen haber encontrado una explicación científica a la telepatía, la telequinesis o a la premonición. Así, yo he visto defender en público prédicas de gurús de lo espiritual, no religioso que dicen haber explicado la razón de la existencia de las fuerzas de acción y reacción del karma en el hecho de que los malos y los buenos pensamientos o sentimientos implican un pequeño tránsito de energía (entendemos que eléctica en el cerebro)... Que como ni se crea ni se destruye, andará pululando por el universo hasta influir en otra persona, animal o cosa, o incluso de vuelta a su emisor. Y todos contentos, porque creen en algo que en realidad no implica un acto de fe, sino de puro conocimiento de un sustrato puramente científico.
En realidad, la física teórica y la religión hace tiempo que están ligadas a niveles mucho más formales. Stephen Hawking afirmaba que con los conocimientos actuales en esta materia no cabe ninguna aleatoriedad no explicable que dé pie a considerar plausible la existencia de un dios o entidad superior. Y que el ya olvidado Bosón de Higgs era popularmente conocido como la partícula de Dios porque, aunque el propio Peter Higgs negaba este particular, se consideraba que cuando se probase su existencia como esencia de la materia, quedaría todo dicho acerca del origen y fundamento de la misma. ¡Si Einstein y Schrodinger levantasen la cabeza...!