Ente la era en la que el Valle de los Caídos sepultó a Franco y la euforia domesticadora de la entrada de España en la Unión Europea, hubo en España un tiempo de leyenda, una edad dorada en la que la creatividad fluía sin los corsés involutivos posteriores. Déjenme que les cuente algunas de estas magníficas aventuras...
Hubo un tiempo en que el humor popular, clásico, alejado de la pretensión fallida del monologuismo, era visible en teatros y platós de televisión. Eran épocas en las que se hacían chistes y gracietas de casi todo, de esas que hoy solo están permitidas a los travestis (o al menos lo estaban en el momento de escribir estas líneas). Y, a pesar de que no se había institucionalizado la censura moral y lingüística bajo diversos eufemismos (por ejemplo, la "autorregulación" o la "responsabilidad social"), lo cierto es que se ofendía o fingía ofenderse mucho menos que en la actualidad.
Hubo un tiempo en el que en política todas las facciones políticas (a excepción de los nacionalistas, se entiende), tenían un sentido de Estado. Se valoraba de verdad la pluralidad, el derecho a posicionarse públicamente en ideas dispares, que iban desde el maoísmo hasta el falangismo. El único tabú era ETA, que tenía asociado un "armario" inmenso en el que se metieron responsables políticos de entonces que, pocos años atrás, habían visto a los terroristas con buenos ojos, por eso de que "mataban fachas" y decían luchar contra el franquismo. Y se creó una constitución que sabemos que es adecuada no solo por su amplio apoyo en las urnas, sino también por ser lo bastante inclusiva (esa palabra hoy tan en uso político y propagandístico) como para no gustar por completo a nadie.
Hubo un tiempo en el que el cine era una verdadera industria, que además era rentable e independiente, compitiendo en recaudación e interés público de tú a tú con el cine estadounidense. No necesitaba estar drogado (y, por tanto, controlado) por el Estado, y para tener éxito le bastaban fórmulas propias sin tener que hacer coproducciones o imitar el estilo de los americanos. Se permitía incluso hacer un género para reverenciar como héroes o justicieros pupulares a los quinquis mucho antes de que las plataformas de contenidos audiovisuales intentasen escandalizar produciendo series sobre narcotraficantes. El enseñar los genitales era algo tan común y ordinario que pocos actores jóvenes del momento no los tienen inmortalizados en un puñado de cintas. Incluso los ahora más adictos y oficialistas del sistema, haciendo uso de la libertad ambiental, se permitían entonces dirigir películas como Pepi, Luci, Bom y otras chicas del montón, trufada de humor escatológico y parodias del sadomasoquismo confrontado con el maltrato.
Hubo un tiempo en el que la música también era libre, y cantantes como McNamara (y también de nuevo su amigo Almodóvar) podían provocar a través de las letras sus canciones, con frases tan memorables como "Voy a tener un bebé (...) para explotarlo bien (...) lo vestiré de mujer (...) le enseñaré a vivir de la prostitución" o "La coca, la coca me vuelve loca", hoy punibles con prisión social permanente no revisable. También había quien cantaba disfrazado de Hitler, simplemente por tocar las narices o quien reclamaba satíricamente que volviese "el imperio español" sin miedo a que le aplicasen una ley de memoria histórica... Sin olvidarnos de la inefable Susana Estrada, que ganaba hace casi cuarenta años por diez metros de distancia al reggetonero más lenguaraz con su legendario Házmelo ya.
Hubo un tiempo en el que no todo era perfecto, más bien convulso, pero quizás fue aquel segmento tan breve en el que nuestro país gozó de mayor libertad de expresión y conciencia de toda su historia. Y que, por desgracia, es casi imposible que se repita.