Ir al contenido principal

Frikis


Hace unos cuantos años, cuando Jesús Quintero tenía todavía programa en Television Española, el locutor dedicó unas palabras muy emotivas y acertadas al por entonces recientemente fallecido John Balan que me marcaron especialmente. No fue tanto por mi admiración hacia el homenajeado, que realmente pertenecía a otra generación y no conocía demasiado, sino por lo acertado y contundente de la reflexión, que sin duda debería enseñarse en muchas escuelas: "Algunos han nacido para ser aplaudidos y otros para ser abucheados. Pero cuando tienes el veneno de ser artista en la sangre, no puedes evitar subirte al escenario".
Por supuesto la reflexión de Quintero va mucho más allá, y los abucheos están más relacionados con la heterodoxia que con la falta de talento. Los artistas sin vocación, los papanatas seducidos por un supuesto éxito, prestigio social o dinero se aburren pronto, salvo que gocen de algún privilegio que les facilite mucho el camino. No entienden que hasta hace pocas décadas, salvo contadísimas excepciones de fama o apadrinamiento, la inmensa mayoría de escritores, pintores, músicos, escultores... Y ya no digamos gentes de las artes escénicas; eran unos desgraciados de vida miserable, pobres o sin ‎poder soñar con tener una dedicación exclusiva a su vocación. Incluso los creadores reconocidos. Casi todos eran vistos como bichos raros, señoritos de segunda... En definitiva, lo que hoy llamarían frikis. Por contra, el artista vocacional persiste y no trata de amoldarse a lo convencional por interesar más, sino que porfía en su verdad y en cómo contarla, porque cree en ella.
Quizás la verdadera característica común de los artistas que aspiran a crear cultura, aunque nunca lo consigan, es la capacidad de expresarse sin someterse a más censura que su propia expontaneidad instantánea. Es la diferencia entre quien busca añadir y no solo recrear;  aportar y no solo entretener. Aunque sea de manera tímida. Pero la inmensa mayoría de la producción (que no creación) artística está orientada únicamente a empatizar con algún plano mental o circunstancia temporal de un segmento de la población sin molestar demasiado a las demás, que en cristiano significa hacer una obra comercialmente rentable. Por eso procuro solo prestar atención en el metro a los pocos músicos que se atreven con alguna pieza propia, o los verdaderamente virtuosos en la interpretación. Y también a los que, sin tener canciones de cosecha, orientan su repertorio a sus propios gustos‎ en lugar del quedirán de los pasajeros.
Mi friki favorito ha sido siempre Juan Pablo Yusta, más conocido como Juampa, que nunca aspiró a nada pero en sus letras zafias había un arte y un talento innegables, mucho mayores que las de muchos que suenan a diario en las radiofórmulas. Llegó a ser un fenómeno viral con Internet todavía en pañales, de modo que el recorrido de su único "disco en directo" llegó a ser largo y todavía hoy se resuste a caducar. Tuvo también herederotransitivos más o menos confesos como El Chivi, solo que este último pretendió siempre (aunque sin verdadera fortuna) nadar entre dos aguas y no ser exclusivamente considerado como ‎pornoautor, aunque como tal llegó a ser más popular que el propio Juampa. Hoy, ya casi olvidado por las nuevas generaciones, sigue componiendo y colgando sus creaciones en YouTube, sometido a más críticas (no es difícil que imaginen en qué sentido) que alabanzas, sin renegar nunca de su pasado musical. El no renegar es, precisamente, una de las mayores grandezas que puede tener un artista y la manifestación más importante de personalidad. Por eso admiro también la coherencia de Fabio McNamara , otro friki de ayer y hoy a ojos de muchos, que ni con su irreconocible vida actual se desvincula de sus estridentes canciones.
No exagero si digo, por tanto, que la única  diferencia entre el rarito o friki y el artista es el haber tenido la suerte de ser reconocido públicamente o en algún foro capacitado. Algunos sobreviven y otros mueren para siempre, pero toda mi admiración hacia los que se han atrevido a ser.