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Vuelve la lengua española



Vuelve la lengua española no como idioma, sino como materia: Las revoluciones digitales no han sido del todo nocivas en la puesta en práctica a nivel social. Han traído algunas buenas noticias, como la demanda de profesionales especializados en España, que otorga algo de sentido a los dinerales que se sueltan por sacarse un máster, algo que hasta hace poco solo servía para engordar el currículum al peso y satisfacer el ego de empresarios gordinflones que huelen a sudor de entrepierna cuando revisan candidaturas para su negocio. Profesiones tristemente moribundas y menesterosas como el periodismo y la comunicación han encontrado nuevas oportunidades semidignas en el mundo virtual. Y se le vuelve a dar la importancia que merece a la lengua...
En mis tiempos, la asignatura de lengua española era aquella en la que se aprendía, además, toda la base filológica genérica que pudiera estar incluida en el currículum. La de lengua gallega se contentaba con la promoción de un supuesto gallego "normativo y culto" que  teníamos que estudiar casi como una lengua extranjera, porque evolucionaba rápidamente sin mucho sentido, y resultaba ridículamente ajeno a los verdaderos hablantes, aquellos que lo tenían como lengua materna, sobre todo en el vocabulario. Pero en todo caso, las lenguas eran ese tipo de asignaturas de las que se decía que "no sirven para nada". A mí resultó servirme de mucho, porque los formalismos teóricos que sustentan la capacidad de transformar líneas de código fuente en un programa ejecutable han sido desarrollados también por lingüistas, como por ejemplo este tan famoso que descubrió en su madurez que era más rentable dar charlas de contenido político que su propia vocación primaria.
Hoy la lengua tiene mucha más importancia, justo cuando está acorralada entre las ponzoñas anglicistas y los chantajes políticos. Aunque de tan comunes las mamarrachadas de vocabulario han dejado de ser noticia, haciendo un poco de arqueología creo que la pionera en España fue Bibiana Aído, que justificó la invención de la palabra "miembra" comparándose con el mismo Chiquito de la Calzada, que en Gloria esté. Mamarrachada que hoy contemplamos casi con ternura y damos por inocente si la comparamos con  propagandas levantinas actuales como "matria" o "mujeraje", aspavientos de un proyecto político hueco o indigencia intelectual severa. Y es que el gran vaticinio de Orwell no fue tanto la globalización política o la manipulación profunda de la sociedad para disfrazar de libertad democrática una tiranía ideológica (algo de lo que también había hablado Robert H. Benson treinta años antes), sino la titerización del individuo a través del lenguaje, limitando su capacidad y libertad a la hora de concebir ideas. Mucho antes del advenimiento del Imperio, ya era común la ingenua superstición de que eliminar palabras o acepciones de los diccionarios haría que los hablantes dejasen de utilizarlas, prolongando la idea de que todo tiene que estar sometido a la política, de modo que la RAE debería ser una institución directamente dependiente del Gobierno, de modo que su diccionario no deba reflejar la realidad actual del español sino lo que el ministro de turno considere. En este punto es en el que estamos, versión revisada y ampliada. De momento la RAE resiste, y además tiene un protagonismo y solicitud con los que no podría soñar hace veinte años... ¿Pero por cuánto tiempo?
Creo que uno de los mayores y a la vez más sencillos actos de rebeldía que pueden hacer hoy en día es utilizar la lengua, nuestra lengua, de manera libre. En realidad, como lo hemos hecho siempre. No vale la pena preocuparse constantemente por el qué dirán o la corrección política, porque esta es voluble e interesada. Si creen que exagero, no tienen más que leer las bases del Premio Tiflos de Novela en 2017, que obligaba a los participantes a utilizar "un lenguaje no sexista" en la redacción de sus obras, sin especificar con claridad a qué se refiere, e inclurriendo en la mayor violación a la libertad creativa que he visto en mi vida para un certamen respetable. Afortunadamente, resultó ser un pecado venial más por claudicación ante la guerra psicológica de los medios que por propia convicción y dicha disposición fue eliminada en las siguientes convocatorias. 
No se trata de ganar ninguna guerra, sino de conservar la pluralidad y la independencia del español.  Y en eso, los que escribimos tenemos una especial responsabilidad.