Reconozco que cuando vi por primera vez la publicidad de 33, que promocionaba el musical como "la historia del primer influencer", se me quitaron las ganas de ir a verlo. Me evocaba al anuncio de una representación de Ricardo III, de Shakespeare, que tenía que venderse como "un Juego de Tronos del siglo XV", evidenciando la indigencia cultural severa que sufre una parte importante de la población, sin que por ello entre en debates públicos ni agendas políticas. Pero pesó más el recuerdo mucho más antiguo de una tarde después del trabajo en la qué por alguna razón me dio por entrar a misa en la parroquia de la Virgen del Pilar, en la madrileña calle de Juan Bravo. Allí me encontré (y no fue la única vez) a un cura joven, peculiar y con grandes inquietudes.
Indagando en la red pude comprobar que entre sus muchas actividades tenía un proyecto de musical en busca de productores desde hacía algún tiempo. Tras un largo paréntesis, y todavía unos meses antes de que viese por primera vez el cartel en la estación de Atocha, en la previa de una boda, escuché a un amigo actor que una de sus colegas andaba enrolada en un proyecto musical sobre la vida de Jesús llamado 33. El nombre me recordaba a ese viejo proyecto y enseguida pude comprobar que era cierto. Y la verdad es que me alegré. Algún tiempo después del estreno tuve la oportunidad de verlo. No llevaba unas expectativas concretas... Y el resultado fue sorprendentemente bueno.
No es fácil hacer algo nuevo sobre este tema, y mucho menos con casi cincuenta años de versiones y reposiciones del icónico Jesucristo Superstar a las espaldas. En este caso, la idea no es tanto hacer una versión pop y moderna de la historia (aunque también tiene mucho de eso), sino jugar con la perspectiva y el recorrido históricos del cristianismo y ponerlo en conocimiento de los propios personajes, planteando en cada uno de los episodios evangélicos narrados la cuestión de quién fue Jesús de Nazaret en un sentido amplio, con parodias a quemarropa bastante atrevidas para los tiempos que corren. Sin embargo, no por ello es una obra que intente ser relativista o neutra en su posicionamiento: con sus autocríticas incluidas tiene un punto de vista claramente cristiano, tímidamente católico.
Otro elemento muy destacable son los personajes y su homologación con los actores, consiguiendo reflejar magistralmente a través de ellos la vocación universal del mensaje de Jesús en forma de una gran diversidad, poco frecuente en las representaciones que se han hecho en la ficción, pero completamente lógica y razonable, alejada de extravagancias y calzadores del qué dirán, el discurso predominante y la obsesiva corrección política. No miento si digo, además, que tiene una de las mejores interpretaciones que he visto de Jesucristo, sobre todo por lo que Christian Escudero es capaz de transmitir de manera no verbal: una beatificencia prodigiosa. Pero el guiño católico del quizás no tan casual casting pone a María (Laura González) casi al nivel de eclipsarlo, con una posición privilegiada en la historia y quizás la mejor voz del reparto.
Por último, hay que decir que la producción supera con creces las expectativas, lamentando sólo que no haya podido llevarse a un teatro más céntrico y accesible.
Que Toño haya conseguido, quién sabe tras cuántos años, el llevar a escena un musical como este tal y como está el patio, es una inspiradora epopeya para todos aquellos que, equivocados o no, creemos tener algo valioso entre manos por lo que tenemos que seguir luchando por sacar a la luz como se merece.