Ir al contenido principal

Fieras de la noche


Hace un par de semanas asistí al inicio de temporada de La Triple W, una federación de lucha libre madrileña (estilo Pressing Catch, para que nos entendamos), a la que hago un nada críptico homenaje en mi primera novela. Uno de los "combates sorpresa" de la función fue el retorno al circuito de una estrella de las federaciones barcelonesas, el inefable Hombre genéticamente perfecto, nombre con el que trata sin duda de rentabilizar las muchas horas que debe pasar en el gimnasio para obtener, todo hay que decirlo, un cuerpo muy bien cuidado y nada común en el catch semiprofesional patrio. Curiosamente, en ningún momento el maestro de ceremonias lo anunció a él o a su contrincante, a pesar de que este último creo que era prácticamente un debutante en La Triple W. Ni para anunciar el ganador.
 Hombre genéticamente perfecto no significa para los profanos a este espectáculo, pero si añadimos su nombre real, que es Pol Badía, seguramente empezará a sonarle a alguien más por haber sido concursante en Gran Hermano no hace demasiado tiempo. La primera vez que lo ví luchar como invitado en La Triple W llevaba el pelo rapado y utilizaba como tema de entrada al ring Fiera de la noche. Ese sábado conservaba su música, pero llevaba un corte de pelo diferente, ese cepillo superior con rapado degradado que lleva algún tiempo de moda. ¿Por qué? 
En realidad, Fiera de la noche no es un tema compuesto para la ocasión, sino uno de tantos despropósitos con vocación comercial facilona interpretado por el famoso no cantante de turno. En este caso, el tronista Rafa Mora, que inspiró también la evolución del peinado del Hombre genéticamente perfecto con mucha probabilidad. Pol es, de este modo, no un discípulo más, si no aquel tan aventajado que ha conseguido ingresar por méritos propios en el equipo filial de los famosos de la cantera de Telecinco.
Recordé al escuchar la canción que precedía a Pol Badía una reflexión televisiva (que luego pude contrastar por mi cuenta) sobre la influencia de la imagen de Rafa Mora en la juventud. Dicen algunos estudios que llegan a ser miles los que imitan o imitaban incluso su forma de hablar. Hacía mucho que no ocurría algo semejante: ya ha llovido desde el mundial de Corea y Japón, en el que Ronaldo Nazario (ese delantero brasileño entrañable) se rapó la cabeza dejando un horripilante triángulo en el frontal a modo de peinado, que fue lo último que recuerdo imitado con relativo éxito en la preadolescencia. Antes esto sólo ocurría con cantantes icónicos, sobre todo en épocas en las que las alternativas musicales no eran tan abundantes ni diversas... O en figuras tan globales como puedan ser los futbolistas. En definitiva, figuras en las que podría entenderse que la juventud podría percibir un cierto talento concreto. Además, eran estilos de figuras reconocibles por cualquiera.
Esta evolución, que también se refleja en el resurgir de personajes como Tony Montana o el nada ficcionario Pablo Escobar, concreta no la gilipollez clásica propia de la adolescencia, sino un nihilismo que va más allá. Se deja de admirar un talento que lleve al éxito para anhelar el dinero a cualquier costa, sin necesidad de ningún esfuerzo especial, algo que no ocurrió ni cuando a los cineastas patrios les dió por retratar a los delincuentes imberbes más o menos famosos como héroes románticos, allá por los ochenta. Y a la vista está que se trata de algo que no se cura con los años, sino que sobrevive bien entrada la veintena. E incluso más: no olvidemos que, si hubiera cumplido su amenaza de presentarse a las elecciones en su día,  se estimaba que Belén Esteban podría llegar a liderar la cuarta fuerza política del país. No creo que fuese para tanto, pero sí apuesto sin correr mucho riesto a que conseguiría varios diputados.‎
¿Cuál es el origen de todo esto? Nadie lo sabe a ciencia cierta. Quizás sea cierto que nos estamos volviendo más idiotas con eso de no comer azúcar y la televisión no hace más que adaptarse a las exigencias de un país con el cerebro a ralentí. O que el discurso familiar responsable de inculcar a los hijos el esfuerzo y la educación como medios para labrarse un futuro, se cae después de haber visto a José Blanco de ministro o a Celia Villalobos de presidenta del congreso.‎