Recientemente visitaba yo la exposición de la Fundación del Canal de Isabel II sobre Auschwitz. Aunque contaba con mucho material sobre el propio campo de concentración, tenía un objetivo divulgativo mucho más amplio sobre el Holocausto, que incluía una perspectiva histórica de lo que hoy es Polonia y la contextualización del antisemitismo en los inicios del siglo XX; y por supuesto, el corolario de la educación y el conocimiento de la historia para evitar que puedan reproducirse en el futuro matanzas semejantes. Hay que decir que el proyecto tenía algunos puntos que resultaban sensacionalistas y que incluía otros que no creo que viniesen a cuento salvo por alguna intencionalidad adicional (por ejemplo, la Aviación Cóndor en la Guerra Civil española). Así mismo, se dejaron en el tintero a importantes personajes que ayudaron a judíos a escapar de la masacre (Oscar Schindler ni siquiera es mencionado) y a otros que destacaron por sembrar el antisemitismo y quizás influir o alentar a la toma de la "decisión final", como el siniestro Amin al-Husayni (omitido supongo que por ser palestino).
Recorriendo las últimas salas de la exposición recordé varias cosas. La primera y más lógica, por pura evocación, es que hoy en día los judíos siguen siendo odiados al menos al mismo nivel (aunque de diferente manera por tener ya un estado propio), que en los años treinta del pasado siglo, como ilustra el hecho de que haya decenas de países que se niegan a tener relaciones diplomáticas con Israel. Por otro lado, que el pueblo israelí tiene casi la triste excusiva de ver reconocido su genocidio, al que incluso han podido otorgarle un nombre propio, privilegio del que no gozan otros con menos influencia política o poder económico, incluso más recientes en la historia.
Dejando a un lado aquellos que tienen un origen puramente político, como han podido ser los de la Camboya de Pol-Pot, la URSS de Stalin y el gulag o la China de Mao, las violencia estatal contra grupos concretos sigue casi siempre un mismo esquema: colectivo que genera recelo por cuestiones económicas (templarios o judíos), de separatismo (kosovares, kurdos o rohingyas) o étnico (armenios, bosnios o tutsis) que es puesto en el punto de mira por la propaganda primero para justificar lo que viene después.
Obviamente, cada caso de los mencionado es muy diferente y particular, pero nos engañaríamos mucho si pensásemos que después de la liberación de Auschwitz la humanidad ha aprendido algo. Se pretende transmitir que fue, al menos, un punto y final de la barbarie, como una especie de alivio moral de referencia recurrente... Y quizás el genocidio nazi sea el menos necesario de divulgar a estas alturas, porque es universalmente conocido, asumido por la nación que lo perpetró e incluso cuenta con un patrimonio visitable para preservar su memoria. El negacionismo o la relativización de la gravedad del Holocausto son mínimos, todo lo contrario a lo que ocurre con el stalinista (¿acaso podemos fácilmente ir a visitar un gulag a Siberia?): Sin ir más lejos, en esta misma exposición se despacha tibiamente la masacre de Katyn como el asesinato de "algunos oficiales del ejército" y el envío de "personas" a "lejanos lugares de la Unión Soviética". Lo mismo ocurre con el armenio, del que todavía hoy se están sufriendo las consecuencias, y que supuso para el Vaticano un grave conflicto diplomático con Turquía cuando el papa lo mentó durante una visita al Cáucaso.
Poner terminar, un ejemplo más reciente poco recordado: hace casi 25 años se asesinó a machetazos a un millón de tutsis en Ruanda en sólo unos meses, en una carnicería que no tiene precedentes desde los tiempos del imperio mongol, llevando la limpieza étnica casi al exterminio. Recuerdo perfectamente que cuando la noticia llegó a occidente, la ONU hizo muchos aspavientos, e incluso España se planteó mandar a quinientos legionarios, pero el asunto pronto fue olvidado. ¿Nos apostamos algo a que el aniversario no pasará de ser un artículo discreto en unos pocos diarios, si es que se llega a hacer?
A lo mejor estoy equivocado, pero creo que los genocidios que más hay que recordar son precisamente los incómodos, los políticamente incorrectos, los poco reconocidos, los que demuestran que la barbarie está inconclusa y medio mundo insiste en negarla e ignorarla. Espero que esos tengan alguna vez también su lugar en una gran exposición.