Ir al contenido principal

Solidaridad y compromiso


Aunque nos cueste creerlo, hay facetas de la vida en las que nuestro país es campeón del mundo y sin rival desde hace muchos años. La más llamativa de ellas es la solidaridad: somos líderes indiscutibles en donaciones particulares a causas benéficas y en donación de óganos. Entre los que no frecuentan estas prácticas se ha extendido el uso peyorativo de la palabra "caridad" para obtener la paz de conciencia en el no ayudar, con el discurso prestado de que es estúpido invertir en paliar en lugar de en prevenir. Sin duda, esto nace de la pura confrontación y resquemor ideológicos contra la cultura católica que, sin duda, tiene mucha culpa de los sentimientos atruistas de los españoles. Supongo que llevarán esta idea hasta el final y asumirán convencidos que el sistema público de salud les deniegue tratamiento contra un cáncer de pulmón con un "jódete, no haber fumado" de su médico de cabecera.
Y es que la solidaridad verdadera es, sin duda, un acto individual del que decide introspectivamente en un momento dado el ayudar de algún modo. Opinar que el estado tiene que ayudar por ti no es solidaridad ni conciencia social. Más bien es una superstición de quien cree que el dinero público es como el cesto de los panes y los peces, pero que no se quiere repartir. Cuando la solidaridad trata de ser un acto colectivo, salvo las contadas excepciones en las que se trata de una suma de aportes, no es más que manipulación de masas disfrazada. Hay muchos ejemplos.
Recuérdese aquella inefable mañana en la que todos los periódicos, hasta los que se dicen más populares,antisistema e independientes, sacaron una portada casi idéntica para justificar el derrocamiento de Gadafi... Miniguerra a la que mandamos, por cierto, cazas que entraron en combate. En este caso, ningún medio consideró relevante que Europa pudiera tener intereses en el petróleo libio, todo lo contrario de lo que ocurrió en Irak, donde Sadam Hussein se había convertido, al parecer, en alguien entrañable y legítimo al que su pueblo debía adorar... Sobre todo, los kurdos. En fin, nadie salió a protestar por haber convertido el tranquilo Magreb en un avispero barbudo y al mismo tiempo, abandonar a la suerte de califatos terroristas a oriente medio.
Pero yéndonos a ejemplos más recientes y humanitarios, viene a mi cabeza el día en el que, de casualidad, asistí a una charla en la que participó la hermana Paciencia, aquella religiosa guineana que superó el ébola casi milagrosamente en África, cuyos anticuerpos sirvieron para curar a la sanitaria que se infectó en Madrid. Lejos de mostrarse molesta con nuestro país, la vi cargar contra todos aquellos que se oponían a que el misionero Manuel García Viejo, aún con todas las precauciones y asepsia con la que se hizo, fuese trasladado a España para intentar tratarle contra el virus. Al fin y al cabo, es algo miserable el negar el siquiera morir en su país a una persona que dedicó su vida a ayudar, incluso casi sin medios, a aquellos por los que nadie se preocupa (tampoco a aquellos que levantaban el debate en su momento). Y todo hasta el extremo de quedarse en el terreno cuando todas las ONG's (cuyos miembros desplegados, a diferencia de él, cobran un salario por estar allí) han huido de allí, incluso hasta exponerse directamente a infectarse. Creo que traerlo a España fue de lo poco que hizo bien el gobierno de Rajoy en su primera legislatura.
Los mismos que se oponían, en nombre del sentido común, a la repatriación del misionero enfermo desde Liberia, a pesar de que se sabía que se haría de manera controlada y segura, e intentaban propagar esta opinión en la opinión pública, defienden hoy (y por aquel entonces) que grupos de personas sin ningún tipo de control ni supervisión de enfermedades u otras cuestiones entren en España desde África... En lugar de ser atendidos en el lugar de donde vienen, que es una barbaridad por la falta de medios o la inseguridad que allí fuese a haber. Exactamente lo que querían en su momento hacer con García Viejo.
No es casualidad que El Quijote haya sido escrito en España. Todos tenemos uno dentro de nuestra alma, que sale cuando evaluamos por nosotros mismos la necesidad de ayudar al prójimo... Sin hacer caso de ruidos y propagandas.