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Conocimiento imperfecto


La inefable Úrsula, matriarca de la familia Buendía en Cien años de soledad, lleva al extremo del realismo mágico marqueciano la compensación que hacen los invidentes con su memoria y el resto de sentidos para suplir el que les falta, de modo que resulta casi fascinante el imaginar el desarrollo potencial de las capacidades mentales y perceptivas aletargadas por utilizar principalmente la mentirosa y superficial capacidad de la vista. En todo caso, no queda más remedio para todo humano que el interpretar el mundo, siempre con un cierto sesgo, con las antenas que mejor le funcionen, del mismo modo que sólo podemos tomar después decisiones con la información parcial que tengamos en la cabeza. Y así seguirá siendo mientras nos quede algo de humanos.
En las últimas semanas he leído columnas de opinión y reseñas de libros relacionadas con la no tan nueva superstición de otorgar a cualquier obra que adquirimos "para verla o leerla luego", incluidos los enlaces a páginas web guardados en favoritos, el poder de traspasarnos su conocimiento aún sin haberla abierto, por el simple hecho de custodiarla. Sin faltarles razón, ahondan en el tema considerando que el conocimiento de los humanos es, en general, un conjunto de estos espejismos, de los que poco sabemos más que un resumen ligero. Y que, aún así, nos resistimos a considerarnos ignorantes.
Me temo que la verdadera idea de fondo ‎es universalizar la cosmovisión de que, libro arriba, licenciatura abajo, todos somos realmente igual de incultos. No creo que esto sea una segunda derivada de Ortega y Gasset o Sócrates, que más bien hablaban de cómo el aprendizaje nos hace conscientes de lo inmenso e inabarcable del Conocimiento, no de la relativización de su valor. Este intento de concienciación de la ignorancia propia es en realidad una llamada al inmovilismo, a la renuncia al debate y a la formación de una visión propia del mundo, delegando (y eso es lo más pavoroso) la voz y la decisión a otro que quizás "sí es el experto". Aquí Ortega tiene también una cita muy acertada: "La máxima especialización equivale a la máxima incultura". Ahora, igual que en el inicio de los tiempos, el conocimiento es prácticamente la única arma que tendrá un ser humano para defenderse en la vida, por precario, escaso o sesgado que este sea.
Por lo tanto, estamos hablando, en el mejor de los casos, de evangelizar en renunciar a acudir a las fuentes del conocimiento y limitarse, si acaso, a acudir a obras ligeras de divulgación. Esto ya me lo he encontrado explícitamente y con advertencias continuas en obras recientes de según qué temas. Y en el peor, de una apología a renunciar a formarse o a aprender más allá de lo imprescindible, quizás lo que ha trascendido de las predicciones de Huxley hasta nuestros días.
De este modo, cuando renunciamos a que el conocimiento tenga una vocación universal, o al menos, se adquiera de manera libre, quedamos inermes para pensar por nosotros mismos, aunque sea blandiendo armas cortas e imperfectas. Y, lo que es peor, estamos homologando un sentimiento de orgullo de incultura con una más que probable siniestra intención política.

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